miércoles

No quiero un final final feliz.

Utilicé tus manos como faro de Alejandría.
Llegué a la costa de tus ojos,
al mar de tus pupilas
y creí vivir en paz con el dulce latido de tu respiración acompasando los míos,
nerviosos y atolondrados.
Me erguí en tu pecho,
anhelando que me mirases con el mismo deseo con el que yo te miraba.
Pero tu costa no se inmutó ante el oleaje de mi cuerpo.
Y
tratando de buscar la manera de dejar de quererte,
me hice roca.
Y aguantó tus golpes.
Tus embestidas.
Tus palabras.
Flaqueó con y en tus ojos,
y se rindió en tu boca,
dulce y cálida.
Nunca mía,
porque la roca nunca merece al mar.

Y
meciéndose en la dulce indiferencia del tiempo
que tu respiración controla,
siguen chocando las olas contra esta roca,
y ésta
sigue esperándote a ti
para que que cumplas el único deseo que te ata a ella:

su destrucción.