jueves

Eiffel

Recta, alta, segura, tranquila y descansada; edificada, mimada y preservada en mitad de una de las ciudades más emblemáticas de la Tierra.
Símbolo de París, sello capital, cuando la idea principal era construirla y derruirla.
Mírala.
Abierta de piernas, erguida, sonriente y con los hierros al aire en la <<ciudad del amor>>.

El problema es que París no debería albergar como sinónimo de su nombre el amor.

No se puede vestir a la bella y culta ciudad París con la desgastada y sucia prenda que es el amor. 
No puede estar asociada a algo tan jodido.
Tan complicado y excéntrico.
Tan perturbador y violento.
Tan enigmático y doloroso.
Tan engañoso.

El amor es la colilla apagada antes de entrar a un estanco, o el culo de la cerveza que ya no quieres.
Es una calle de mala muerte en la que acabas tirado y olvidado; como lo que eres
algo inútil.
El amor no es disfrutar del cigarro, ni de la cerveza, ni del silencio de una calle oscura y tranquila; es el dolor mezclado de una manera desastrosa con ilusión y esperanza.
Es el no y el sí.
La puta desesperación.  
El sinsentido.
Las ganas que se evaporan en un segundo.
Las noches en vela, en las que crees que,
después de tragar tanta mierda a lo largo de tu puta existencia,
eres feliz. 
Qué hijo de puta.

El amor es ese puto libro que siempre quieres empezar pero para el cual, ni tienes tiempo, ni ganas, ni valor. Y lo único que sientes hacia el libro que está embadurnado de mierda en tu estantería, es miedo. 
Miedo. 
Porque sabes, que sólo con rozarlo, vas a acabar aferrado a sus hojas hasta que él mismo, con su final -siempre precipitado- te mate, de manera lenta y agónica.

Perpetua; 
como la Eiffel.