Y me pides que te mire, con una facilidad tan pasmosa y extraordinaria que me asombra y me asusta.
Y miedo es todo lo que provocas en mi.
A esos ojitos, que me mandaron fuera de ti mil veces.
(Y mil más.)
Y digo mandaron, porque desde entonces no los he vuelto a querer mirar.
Me acabé hace mucho.
Tú en mí.
Te mezclas con el vacío y la devastación de mi cuerpo, mientras tú sigues erguido y de una pieza.
Sin nada que altere a la puta de tu conciencia al ir a dormir.
Como si antes de acostarte, en la ducha, se fuese -con el agua y con ese jabón que te hace oler tan bien- todo lo que me piensas.
(Si acaso lo hicieras.)